b).- Exponga la
temática del texto (líneas 277-288).
En este fragmento, perteneciente a la obra
“El tema de nuestro tiempo” (1923), y más en concreto al final del capítulo “La
doctrina del punto de vista”, Ortega plantea la diferente función que
concede a Dios de la que le conceden los racionalistas. Para ello acude a un
racionalista como Malebranche. Este filósofo viene a decir que el único
conocimiento de las cosas digno de tenerse en cuenta es aquel que tenemos por
su idea. En Dios están las ideas como arquetipos de las cosas. Luego, conocer
las cosas por su idea es conocerlas al modo divino, o sea, conocerlas en Dios.
El planteamiento de Ortega es exactamente el contrario: es Dios el que conoce
las cosas al modo humano. La perspectiva divina no es sino a perspectiva
humana, mejor dicho, la suma de perspectivas humanas.
El final del capítulo, que coincide con el
del libro, termina con una llamada a la autenticidad, a ser nosotros mismos,
que consiste en tomar conciencia de la circunstancia que nos ha tocado vivir,
ser fiel a la vida, a nuestra vida. Esta autenticidad se consigue usando el
pensamiento para comprender lo que nos rodea y asumiendo la responsabilidad que
el momento histórico nos ha tocado vivir nos exige. El pensamiento no es algo
previo a la vida, sino posterior a ella, derivado de ella. Surge en el ser
humano como una necesidad vital, que es la de entender y resolver los problemas
que nos plantea la circunstancia. El pensamiento no es algo definitivo, sino
que el ser humano ha ido desarrollando poco a poco y con esfuerzo. Introducir
la vida en la razón, comprender la importancia de la razón para la vida es “el
tema de nuestra tiempo”.
c).- Justificación desde la
posición filosófica del autor.
La antinomia o contraposición
entre razón (cultura) y vida habían sido
planteadas por el racionalismo, que niega la vida, y por el relativismo, que
niega el valor objetivo de la cultura. Para Ortega, estas posiciones no son
admisibles: el racionalismo (que cae en la misma equivocación que el realismo)
trata las ideas como identidades, es decir, como naturalezas, perennemente
constituidas, como cosas. Cuando el racionalismo se ve obligado a reconocer que
una cosa existe porque depende de mí (dependencia del sujeto, que, junto a la
tesis de la supremacía de la conciencia, hace del idealismo un subjetivismo),
añade un razonamiento de corte realista: su realidad es algo
independiente. Pero ahora lo independiente es mi pensamiento, el sujeto pensante
cartesiano, que además se interpreta como res cogitans, como una cosa que
piensa. Es decir, el idealismo mantiene la tesis realista al interpretar la
conciencia y el yo como una cosa, todo lo importante que se quiera, pero cosa.
También es falso hablar de la “naturaleza humana” como hace el realismo. La
razón realista (un conocimiento basado en magnitudes físico-matemáticas) nada
tiene que decir sobre el ser humano, porque la vida humana no es una cosa, y
por eso, no tiene naturaleza, sino que tiene historia.
Por otro lado, el relativismo
sostiene que el sujeto presenta una visión deformada de la realidad. Pero el
ser viviente, el sujeto, ni es un medio transparente, un yo “puro” y aislado ni
deforma la realidad cuando la percibe, sino que selecciona entre la realidad
que le circunda aquellas cosas que puede captar. La relacionalidad de la
naturaleza con respecto a intelecto no tiene realidad, a su vez, considerado
aparte (error de todo idealismo), salvo funcionando en una vida humana. Tanto
la naturaleza como el intelecto son relativizados por la única realidad
radical, que es la misma vida humana. La realidad radical no es la conciencia,
el sujeto, como creía el idealista o racionalista en contra del realista, sino
la vida, que incluye, además del sujeto, el mundo…
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