martes, 12 de mayo de 2015

Comentario de Ortega. Texto 4º.



Comentario de un texto de Ortega (IV).


1.- Exponga la temática del texto (líneas 86-102).

En este fragmento, perteneciente a la obra “El tema de nuestro tiempo” (1923), y más en concreto al capítulo “La doctrina del punto de vista”, Ortega traslada la comparación de los umbrales al sujeto humano. Lo mismo que los sentidos tienen unos umbrales fisiológicos, el sujeto humano tiene un umbral histórico. Ese umbral histórico es su estructura psíquica. Cada individuo está situado en una época histórica y ve la realidad desde su umbral histórico. Es este el que le permite percibir algunas verdades e ignorar otras, el que limita su capacidad de comprensión. Hay épocas históricas especialmente sensibles para algunos asuntos y terriblemente insensibles para otros. La mayor preocupación por unos asuntos y su indiferencia ante otros depende, en el individuo, de su estructura psíquica, y, en los pueblos, de su “alma típica”, que no es sino el trasunto social e histórico de aquella. Hay una equivalencia entre la estructura psíquica individual y el alma típica histórica, entre las retículas individuales y las retículas históricas, que cambian con cada pueblo y con cada época.
           
De lo anterior se deduce que la verdad es algo compartido históricamente. Es muy frecuente en la historia del pensamiento que una época descalifique a la que le ha precedido, porque el conjunto de verdades que ahora conoce difiere de las que la época anterior ha defendido. Esto sucede porque la crítica realizada se ha referido siempre a la realidad, a las verdades que se dice poseer, y no al sujeto ni a la estructura (histórica) del sujeto que las posee. Si nos fijamos en este, habrá tantas percepciones diferentes de la verdad como sujetos históricos distintos, de tal manera que cada sujeto histórico, o sea, cada “alma típica” tendrá su parte correspondiente de verdad, sin que ninguno o ninguna pueda abarcarla en su totalidad.
           
En la reflexión de Ortega se combinan dos imágenes de la verdad: la espacial y la temporal. Ortega empieza por la imagen espacial comparando la verdad con un conjunto dividido en partes (una especie de “tarta veritativa”). A cada época le corresponde su  parte, su “porción” de verdad. Pero esta imagen es insuficiente y tiene que completarse con la temporal. La porción de verdad que le corresponde a cada época es una porción temporal. Significa que esa época solo tiene una porción, frente a la coexistencia posible de varias o todas las porciones en la imagen espacial; y que esa porción es de índole cualitativamente distinta de las anteriores, frente a la homogeneidad que es posible en la imagen espacial. La confusión, o, si se quiere, la reducción de la imagen temporal a la espacial es la raíz del error del racionalismo. Si la verdad es una especie de “tarta” dividida en porciones, ¿por qué contentarse con una de ellas? ¿Por qué no poseer la totalidad de las partes? Para hacerlo, necesita saltarse la “serie histórica” de las porciones; y eso solo es posible prescindiendo, abstrayendo de la historia. Por eso, la búsqueda racionalista de una verdad absoluta termina en una verdad abstracta, y el sujeto que la busca en un ente abstracto, que carece de existencia.


2.- Justificación desde la posición filosófica del autor.

Para Ortega, el racionalismo cae en la misma equivocación que el realismo: tratar las cosas o las ideas como identidades, es decir, como naturalezas, perennemente constituidas. Cuando el racionalismo se ve obligado a reconocer que una cosa existe porque depende de mí (dependencia del sujeto, que, junto a la tesis de la supremacía de la conciencia, hace del idealismo un subjetivismo), añade un razonamiento de corte realista: su realidad es algo  independiente. Pero ahora lo independiente es mi pensamiento, el sujeto pensante cartesiano, que además se interpreta como res cogitans, como una cosa que piensa. Es decir, el idealismo mantiene además la tesis realista al interpretar la conciencia y el yo como una cosa, todo lo importante que se quiera, pero cosa. Pero el ser humano no es una cosa; y también es falso hablar de la “naturaleza humana” como hace el realismo, por lo que la razón realista (un conocimiento basado en magnitudes físico-matemáticas) nada tiene que decir sobre el ser humano. La vida humana no es una cosa, y por eso, no tiene naturaleza, sino que tiene historia.

Por otro lado, el relativismo sostiene que el sujeto presenta una visión deformada de la realidad. Pero el ser viviente, el sujeto, ni es un medio transparente, un yo “puro” y aislado ni deforma la realidad cuando la percibe, sino que selecciona entre la realidad que le circunda aquellas cosas que puede captar. La relacionalidad de la naturaleza con respecto a intelecto no tiene realidad, a su vez, considerado aparte (error de todo idealismo), salvo funcionando en una vida humana. Tanto la naturaleza como el intelecto son relativizados por la única realidad radical, que es la misma vida humana. La realidad radical no es la conciencia, el sujeto, como creía el idealista o racionalista en contra del realista, sino la vida, que incluye, además del sujeto, el mundo.

La realidad radical es, pues, nuestra vida, la de cada uno en particular. El pensamiento es un fragmento de un sujeto determinado que, sencillamente, vive. El ser definitivo del mundo no es materia ni alma, sino una perspectiva. La perspectiva es una condición gnoseológica de lo real, puesto que la estructura de la realidad sólo se nos presenta desde distintos puntos de vista que, a su vez, necesitan integrarse en múltiples, caras o facetas. La perspectiva, a pesar de ser única e intransferible, no aspira en modo alguno a absolutizar el mundo, sino que, como sabe que el mundo es precisamente una pluralidad de perspectivas, sólo se considera un punto de vista más.

La única forma de acercarse a la realidad del mundo será multiplicando los puntos de vista y asumiendo esa irreductible multiplicidad. Pero la perspectiva, tomada así, abstractamente (como advierte Ortega en este fragmento), sería tan absurda como el planteamiento idealista sobre el ser. La perspectiva se encuentra emparentada con una determinada circunstancia, que no es más que nuestra propia situación en el mundo, lo que nos limita. No se trata de una circunstancia biológica, sino humana y, sobre todo, histórica. Por eso, ninguna época o pueblo puede pretender poseer la verdad entera, la verdad absoluta, como señala en el fragmento. Ortega afirma que somos esencialmente circunstanciales.

Pero junto a la circunstancia y la perspectiva aparece otra realidad irrefutable: el yo. El yo no es un ingrediente más de la circunstancia, sino que dentro de ella actúo y elaboro mi proyecto humano. La circunstancia por sí sola no es nada, solo adquiere consistencia y radicalidad cuando la emparentamos con el sujeto que la vive. Es el personaje el que confiere carácter de mundo a lo que, sin él, no sería otra cosa que naturaleza. Mi vida es la realidad radical.

De la realidad radical que es la vida forma parte de un modo esencial no solo el yo, el sujeto, sino también, y no menos esencialmente, el mundo. Esa co-existencia y co-pertenencia entre yo y mundo, entre yo y circunstancia, la expresa Ortega con su tesis “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”.

Si la vida es la nueva realidad radical, Ortega se propone buscar los conceptos o categorías (no sirven los de la filosofía tradicional) que describan el vivir en su exclusiva peculiaridad: Así, todo vivir es vivirse, sentirse vivir, saberse existiendo. Significa esa singular presencia que la vida de cada uno tiene para sí misma. Vivir es encontrarse en el mundo; ocupados en algo, pues vivir es convivir con una circunstancia. Ocupado en algo para algo; por tanto, para una finalidad. Vida es anticipación y proyecto, dentro de una circunstancia, que ofrece posibilidades (libertad) y que nos limita. Por último, la temporeidad: la sustancia de la vida es el tiempo, el cambio. Y esa consistencia temporal de la realidad humana nos obliga a desnaturalizar los conceptos referentes a la vida humana para someterlos a una radical historización. Toda noción referente a la vida humana es función del tiempo histórico.

Ortega no va contra la razón, sino, como vemos en el texto que comentamos, contra el racionalismo, y no por lo que tiene de razón, sino por sus separación y abstracción de la experiencia de la vida y de la historia. Esta irracionalidad desaparece si radicamos esa razón pura en la razón vital. Por eso la actitud filosófica de Ortega se denomina raciovitalismo. Pero esta razón vital aparece realizada en la vida del ser humano; se concretiza, por tanto, en razón histórica. Pero no se trata de dos razones distintas, sino que la razón vital –en su exigencia de explicar la vida del individuo y de los pueblos y naciones- es, a la vez, razón histórica, porque la vida es temporeidad y, en consecuencia, comprende la realidad en su devenir. 

Desde el ángulo de la razón histórica, el ser humano se da cuenta que es un proyecto inacabable, comprende que la vida es ir descubriendo nuevos horizontes. Por ello, la óptica de la razón histórica ha de ser móvil, como la realidad que trata de aprehender. Esto se logra viviendo y reviviendo continuamente esa realidad, esto es, siendo una razón viviente.

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