Comentario de un texto de Ortega (1).
Contraponer la cultura a la vida y reclamar para ésta la plenitud de
sus derechos frente a aquélla no es hacer profesión de fe anticultural. Si se
interpreta así lo dicho anteriormente, se practica una perfecta tergiversación.
Quedan intactos los valores de la cultura; únicamente se niega su exclusivismo.
Durante siglos se viene hablando exclusivamente de la necesidad que la vida
tiene de la cultura. Sin desvirtuar lo más mínimo esta necesidad, se sostiene
aquí que la cultura no necesita menos de la vida. Ambos poderes -el inmanente
de lo biológico y el trascendente de la cultura- quedan de esta suerte cara a
cara, con iguales títulos, sin supeditación del uno al otro. Este trato leal de
ambos permite plantear de una manera clara el problema de sus relaciones y
preparar una síntesis más franca y sólida. Por consiguiente, lo dicho hasta
aquí es sólo preparación para esa síntesis en que culturalismo y vitalismo, al
fundirse, desaparecen.
1.- Contexto histórico-cultural y filosófico (2 puntos)
2.- Comentario de texto (5 puntos):
a) Analice las expresiones subrayadas (1,5 punto).
b) Exponga la temática del texto (1,5 puntos).
b) Exponga la temática del texto:
En este fragmento, perteneciente
a la obra “El tema de nuestro tiempo” (1923), y más en concreto al capítulo “La
doctrina del punto de vista”, Ortega anuncia lo que constituye el tema de
nuestro tiempo: conciliar la razón, la cultura y la vida.
En efecto, el pensamiento europeo
se ha caracterizado por establecer una contraposición ficticia entre cultura y
vida, entre el carácter construido de las expresiones culturales (artísticas,
jurídicas, científicas, filosóficas, etc.), y la espontaneidad de nuestra vida,
concreta y particular, como si fueran dos elementos absolutamente opuestos,
optando por la cultura y menospreciando o infravalorando la vida.
La crítica al culturalismo ya
había sido expuesta por Nietzsche, quien se quejaba de que la cultura del
intelecto abstracto, desde Sócrates, había suplantado a los instintos de la
vida. Ortega tampoco está de acuerdo con esta postura, porque cultura y vida se
necesitan mutuamente. No hay cultura sin vida y no hay vida sin cultura. La
cultura surgida de una necesidad vital y la vida, entendida no meramente en
sentido orgánico, se expresa necesariamente a través de la cultura. La vida resalta
el aspecto inmanente de la acción humana, en cuanto que todo lo que hacemos
forma parte de nosotros mismos; la cultura resalta el aspecto trascendente,
dado que las creaciones culturales superan la esfera individual de la vida de
cada uno y se generalizan, transmitiéndose al resto de la sociedad y de una
época a otra. Por tanto, las posturas extremas de defensa a ultranza de uno de
los dos elementos opuestos, la cultura en el culturalismo o la vida en el
vitalismo, pierden su sentido dentro de un planteamiento más correcto, que
integra a ambas en un plano de igualdad. En esta síntesis, culturalismo y
vitalismo desaparecen.
c).- Justificación desde la posición filosófica del autor.
La antinomia o contraposición
entre vida y cultura habían sido planteadas por el racionalismo, que niega la
vida, y por el relativismo, que niega el valor objetivo de la cultura. Para
Ortega, estas posiciones no son admisibles: el racionalismo (que cae en la misma
equivocación que el realismo) trata las ideas como identidades, es decir, como
naturalezas, perennemente constituidas, como cosas. Cuando el racionalismo se
ve obligado a reconocer que una cosa existe porque depende de mí (dependencia del
sujeto, que, junto a la tesis de la supremacía de la conciencia, hace del
idealismo un subjetivismo), añade un razonamiento de corte realista: su
realidad es algo independiente. Pero
ahora lo independiente es mi pensamiento, el sujeto pensante cartesiano, que
además se interpreta como res cogitans, como una cosa que piensa. Es decir, el
idealismo mantiene la tesis realista al interpretar la conciencia y el yo como
una cosa, todo lo importante que se quiera, pero cosa. También es falso hablar
de la “naturaleza humana” como hace el realismo. La razón realista (un
conocimiento basado en magnitudes físico-matemáticas) nada tiene que decir
sobre el ser humano, porque la vida humana no es una cosa, y por eso, no tiene
naturaleza, sino que tiene historia.
Por otro lado, el relativismo
sostiene que el sujeto presenta una visión deformada de la realidad. Pero el
ser viviente, el sujeto, ni es un medio transparente, un yo “puro” y aislado ni
deforma la realidad cuando la percibe, sino que selecciona entre la realidad
que le circunda aquellas cosas que puede captar. La relacionalidad de la
naturaleza con respecto a intelecto no tiene realidad, a su vez, considerado
aparte (error de todo idealismo), salvo funcionando en una vida humana. Tanto
la naturaleza como el intelecto son relativizados por la única realidad
radical, que es la misma vida humana. La realidad radical no es la conciencia,
el sujeto, como creía el idealista o racionalista en contra del realista, sino
la vida, que incluye, además del sujeto, el mundo.
La realidad radical es, pues,
nuestra vida, la de cada uno en particular. El pensamiento es un fragmento de
un sujeto determinado que, sencillamente, vive. El ser definitivo del mundo no
es materia ni alma, sino una perspectiva. La perspectiva es una condición
gnoseológica de lo real, puesto que la estructura de la realidad sólo se nos
presenta desde distintos puntos de vista que, a su vez, necesitan integrarse en
múltiples, caras o facetas. La perspectiva, a pesar de ser única e
intransferible, no aspira en modo alguno a absolutizar el mundo, sino que, como
sabe que el mundo es precisamente una pluralidad de perspectivas, sólo se
considera un punto de vista más.
La única forma de acercarse a la
realidad del mundo será multiplicando los puntos de vista y asumiendo esa
irreductible multiplicidad. Pero la perspectiva, tomada así, abstractamente,
sería tan absurda como el planteamiento idealista sobre el ser. La perspectiva
se encuentra emparentada con una determinada circunstancia, que no es más que
nuestra propia situación en el mundo, lo que nos limita. No se trata de una
circunstancia biológica, sino humana y, sobre todo, histórica. Por eso, ninguna
época o pueblo puede pretender poseer la verdad entera, la verdad absoluta.
Como en cada perspectiva hay un trozo de verdad, esa verdad tiene que
complementarse con otra u otras que no lleva a una unificación progresiva
complementariedad. En eso consiste la “omnímoda” verdad, que solo podemos
alcanzar paulatinamente a través de la historia.
Pero junto a la circunstancia y
la perspectiva aparece otra realidad irrefutable: el yo. El yo no es un
ingrediente más de la circunstancia, sino que dentro de ella actúo y elaboro mi
proyecto humano. La circunstancia por sí sola no es nada, solo adquiere
consistencia y radicalidad cuando la emparentamos con el sujeto que la vive. Es
el personaje el que confiere carácter de mundo a lo que, sin él, no sería otra
cosa que naturaleza. Mi vida es la realidad radical.
De la realidad radical que es la
vida forma parte de un modo esencial no solo el yo, el sujeto, sino también, y
no menos esencialmente, el mundo. Esa co-existencia y co-pertenencia entre yo y
mundo, entre yo y circunstancia, la expresa Ortega con su tesis “yo soy yo y mi
circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”.
Si la vida es la nueva realidad
radical, Ortega se propone buscar los conceptos o categorías (no sirven los de
la filosofía tradicional) que describan el vivir en su exclusiva peculiaridad. Así, todo vivir es vivirse, sentirse vivir, saberse existiendo. Significa esa
singular presencia que la vida de cada uno tiene para sí misma. Vivir es
encontrarse en el mundo; ocupados en algo, pues vivir es convivir con una
circunstancia. Ocupado en algo para algo; por tanto, para una finalidad. Vida
es anticipación y proyecto, dentro de una circunstancia, que ofrece
posibilidades (libertad) y que nos limita. Por último, la temporeidad: la
sustancia de la vida es el tiempo, el cambio. Y esa consistencia temporal de la
realidad humana nos obliga a desnaturalizar los conceptos referentes a la vida
humana para someterlos a una radical historización. Toda noción referente a la
vida humana es función del tiempo histórico.
Ortega no va contra la razón,
sino, contra el racionalismo, y no por lo que tiene de razón, sino por su
separación y abstracción de la experiencia de la vida y de la historia, como
sostiene en el texto refiriéndose a la cultura (consecuencia del racionalismo). Esta irracionalidad desaparece si radicamos esa razón
pura en la razón vital. Por eso la actitud filosófica de Ortega se denomina
raciovitalismo. Pero esta razón vital aparece realizada en la vida del ser
humano; se concretiza, por tanto, en razón histórica. Pero no se trata de dos
razones distintas, sino que la razón vital –en su exigencia de explicar la vida
del individuo y de los pueblos y naciones- es, a la vez, razón histórica,
porque la vida es temporeidad y, en consecuencia, comprende la realidad en su
devenir.
Desde el ángulo de la razón
histórica, el ser humano se da cuenta que es un proyecto inacabable, comprende
que la vida es ir descubriendo nuevos horizontes. Por ello, la óptica de la
razón histórica ha de ser móvil, como la realidad que trata de aprehender. Esto
se logra viviendo y reviviendo continuamente esa realidad, esto es, siendo una
razón viviente.